Al servicio de la Caridad

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 Escultura de Marie Poussepin, en la Casa MadreEscultura de Marie Poussepin, en la Casa Madre

 

LA VIDA DE MARIE POUSSEPIN EN PEQUEÑOS CAPÍTULOS

Fuente: Librito "Una vida al servicio de la Caridad", con textos: Hnas. Ángela Anta y Myriam Botero

Los tiempos dejan huella

Cada época tiene sus luces, y sus sombras, sus logros y sus miserias, pero Dios suscita para remediarlos, hombres o mujeres a quiénes constituye "ministros de su Providencia", para que a través de su vida y de su misión, manifiesten los designios de Amor del Amor de Dios hacia los hombres.

En el siglo XVII el rostro de Francia tiene impresas las cicatrices de la guerra de la Fronda. El Jansenismo se vislumbra ya en el horizonte. Los poderosos se divierten en los esplendores de la Corte, mientras que grandes masas de campesinos hambrientos, van errantes por los caminos.

El 14 de octubre de 1653, nace en Dourdan, ciudad próspera por sus manufacturas, una niña cuya misión va a ser la respuesta a la invitación de Dios para cumplir su plan providencial en la historia. Esta niña se llama Marie.


Comerciantes cristianos, miembros activos de su parroquia

Los padres de Marie, Claude Poussepin y Julienne Fourrier, forman un hogar eminentemente cristiano y parroquial. A Marie, la hija mayor, siguen Anne, Julienne, Elisabeth y tres hermanos llamados Claude, todos nacidos entre 1653 y 1662.

Marie es bautizada el mismo día de su nacimiento por el párroco de la iglesia de San Pedro de Dourdan, el señor Etienne Legou. Su madrina es su tía Marie, hermana de Claude y mujer de Jean Lefèbvre. 

Claude, padre, dirige en Dourdan una fábrica de medias, y es miembro del consejo parroquial. Julienne, la madre, pertenece a la Cofradía de la Caridad de San Pedro, sociedad muy activa que asiste a los pobres y proporciona cuidados físicos y espirituales de los enfermos más necesitados. En este ambiente de caridad y atención a cuanto la rodea crece Marie. En la escuela de las Hermanas de la Instrucción Cristiana, completa su formación humana y su educación en la fe.


En la escuela de la vida

Conscientes de sus deberes, Claude y Julienne dan a sus hijos un hogar profundamente cristiano, que garantiza la armonía y el bienestar. Padres e hijos se aman y respetan entre sí y se ven rodeados de la estimación de la gente de Dourdan. Además de su responsabilidad en la fábrica, Claude es nombrado recaudador de impuestos de la comarca y Julienne, tesorera de la Cofradía de Caridad. A estos innegables signos de confianza hacia sus padres, se suman más tarde los que, tanto amigos y parientes dan a Marie al hacerla madrina de bautismo de sus hijos.

Entre 1660 y 1675, la familia Poussepin sufre duras pruebas: la muerte de los abuelos, la de las tres hermanas de Marie: Anne, Julienne y Elisabeth, siendo aún muy jóvenes. Mueren también los dos Claude mayores y Julienne, la madre. El patrimonio familiar, lo mismo que el buen nombre del padre, se ven amenazados a causa del robo del que fue víctima en su empleo de cobrador de impuestos. Esta circunstancia le obliga a dejar Dourdan por algún tiempo y a ceder la administración de sus bienes a su hija Marie.

Con coraje y audacia, Marie se hace responsable de la subsistencia y educación del pequeño Claude, toma sobre sí la pesada carga de la deuda de su padre, y asume la dirección de la fábrica sin dejar el cargo que tiene en la Cofradía, desde la muerte de su madre.


Industrial solidaria: los aprendices se benefician de su iniciativa

La fábrica de medias de seda prospera rápidamente. Muchos jóvenes aprendices, casi niños, se benefician de la caridad inteligente de Marie Poussepin, esta mujer que todo lo prevé y organiza y que sabe ir más allá de la justicia de la ley. Les enseña el arte del tejido, les ofrece habitación, comida y cuanto hace falta para su sustento, les enseña a leer y escribir, como se hace en otros talleres donde hay aprendices. Pero adopta una iniciativa excepcional en su tiempo: como a los chicos no se les puede imponer un trabajo fijo, sus familias deben pagar un alto precio por el aprendizaje. Esta cantidad es onerosa para los más pobres, Marie lo comprende y les proporciona cuanto comporta el aprendizaje de forma gratuita o de acuerdo con sus posibilidades económicas.

Claude padre, muere en Dourdan en 1683 y deja todo en manos de Marie. Los años pasados frente a la fábrica, su trabajo con los aprendices, las orientaciones de su tío Jean Lefèbvre, también industrial del tejido de seda y lana, y su gran visión de futuro, la llevan a intuir que el negocio debe crecer y actualizarse de manera acorde con las nuevas tecnologías, nacidas de la primera Revolución Industrial inglesa, y que a finales del siglo XVII dejan su impronta en Francia.

Compra nuevas máquinas para el taller, trae instructores competentes para enseñar su manejo, introduce modificaciones importantes que actualizan y mejoran los contratos con los aprendices, ahora mayores de catorce años, establece entre ellos una sana emulación fijándoles un trabajo semanal mínimo y una retribución proporcional por el trabajo suplementario. La industria de tejidos de Dourdan llega a ser, con la introducción de las máquinas, la segunda de Francia, después de la de París.


Dios prepara sus caminos

Tras procurar a su hermano Claude una sólida formación y prepararlo para asumir la responsabilidad de la fábrica, Marie comienza a delegar en él todos los asuntos de la empresa, en 1689 ya no firma los contratos. Empieza una nueva etapa de su vida. 

Hacia 1682 el P. François Mespolié, fraile de la orden dominicana, visita Dourdan. A través de su predicación, Marie entra en contacto con la espiritualidad sencilla, clara y profunda de Domingo de Guzmán, comprende que es un camino que Dios le señala y se hace Terciaria Dominica. Este acontecimiento marcará después la identidad de su familia religiosa.

Liberada de las obligaciones de la industria familiar, asume con renovada decisión la atención directa e inmediata a muchos pobres y enfermos de Dourdan como miembro de la Cofradía de la Caridad, impulsada por el dinamismo apostólico dominicano. La crudeza del invierno de 1693 - 1694 causa muchas muertes en Dourdan y deja enfermas a gran número de personas. Una de ellas, Marie Olivier, viuda sin hijos y muy pobre, llama a la puerta de Marie para pedir el socorro de la Cofradía. Su situación era tal que Marie no duda en acogerla en su propia casa, compartir con ella cuanto posee y cuidarla hasta su muerte.

Este periodo de transición, que se inicia en 1689, cuando deja la empresa familiar, habrá de prolongarse hasta 1695. Es una etapa de silencio, reflexión e intenso ejercicio de caridad. Dios la prepara de ese modo para llevar adelante sus planes.


De la rica ciudad de Dourdan al humilde pueblo de Sainville

Posiblemente durante el invierno de 1695 - 1696 Marie sale de su ciudad natal para ir a Sainville, pequeño pueblo de la llanura de la Beauce, situado a unos 17 kilómetros de Dourdan. Allí las guerras y la mala administración del reino dejan una impronta de miseria, enfermedad e ignorancia entre los campesinos. Marie ve en esta realidad un signo evidente de la voluntad de Dios sobre su vida. Es una llamada que le exige orientar ahora su mirada y todo su esfuerzo en favor de los más pobres y replantearse desde ellos todo su proyecto de vida.

Llega a Sainville con su prima Agnés Revers y poco después se les suman otras jóvenes huérfanas del lugar. Invierte todo su patrimonio en comprar y dotar una casa donde pronto empieza a funcionar una escuela para las niñas de Sainville. También les enseña el tejido en seda y a procurar cuidados a los enfermos.


Nace una Comunidad

El 13 de noviembre de 1697, Marie Poussepin firma un acta ante notario, en la que declara explícitamente su voluntad de fundar en Sainville "una Comunidad de la Tercera Orden de Santo Domingo, para utilidad de la parroquia, para la instrucción de la juventud y el servicio de los pobres enfermos".

Marie expresa así, de manera clara, su intención de fundar no una simple asociación caritativa o un grupo de trabajo para ayudar a los pobres sino una comunidad estable, arraigada en la espiritualidad dominicana, con una única razón de ser: el anuncio de Jesucristo, por el servicio de la caridad. En esta misma acta, Marie asegura el futuro de la propiedad para la Comunidad que funda: cede la casa que ha comprado a Noëlle Mêsnard, su compañera más joven, especificando los fines por los cuales hace esta donación.

La casa de Sainville acoge a las hermanas de la comunidad y más tarde se convierte en lugar de referencia para las que van en misión a otras parroquias. Allí funcionan también la escuela, el dispensario, los talleres donde se tejen medias, las salas de trabajo, etc.


Innovadora en su tiempo

Innovadora en su tiempo, Marie Poussepin no quiere ni clausura ni votos solemnes para sus hermanas: "Irán donde sean llamadas" para prestar allí sus servicios de caridad. Coherente con esta intuición, en 1697 envía a dos hermanas para que se ocupen del Hospital de Janville, población situada a 30 kilómetros de Sainville, atendiendo a la petición del Obispo de Orleans. A esta petición se suman poco después muchas otras. La piedad, la caridad de las hermanas, así como la efectividad de sus servicios impulsa a los obispos a solicitar la presencia de las hermanas en las parroquias.

De 1697 a 1740, Marie hace diecinueve fundaciones en seis diócesis. Las hermanas atienden las pequeñas escuelas de los pueblos, visitan y cuidan a los enfermos, trabajan en los hospitales, alientan, consuelan y están prontas para prestar cualquier servicio de caridad. Esta disposición para "ir más allá", para "salir de las propias fronteras" marca la comunidad desde sus orígenes por deseo expreso de su Fundadora: "La comunidad no se limitará a guardar para sí misma los dones recibidos del cielo, sino que procurará esparcirlos con largueza y profusión".


El justo se purifica en la prueba

Al rápido crecimiento y expansión, se suma pronto la dificultad, como signo no menos expresivo de la acción de Dios en la naciente comunidad. El Obispo de Chartres impide la filiación dominicana de la comunidad por el peligro Jansenista que en aquel momento se cierne sobre la Orden.

Marie Poussepin sabe que debe velar por la estabilidad de la "Obra de la Providencia" y que hace falta obtener su reconocimiento legal. Escribe a obispos, abogados, personas influyentes, que pueden elevar su voz ante las autoridades, se dirige al Rey Luis XV; insiste con claridad y firmeza, somete a juicio de quienes la conocen la finalidad de su obra, los procedimientos que emplea, la forma de vida de la comunidad. Cuando a petición del Parlamento y con miras a la aprobación de la comunidad, se pide información a los vecinos de Sainville sobre las ventajas e inconvenientes de concederla, es el Señor Cura Lamothe Lamyre, quien se expresa como el peor de sus enemigos. Declara que "levantan altar contra altar" por los servicios que prestan en la capilla y llega a dar falsos testimonios sobre su acción caritativa. Los mismos vecinos se encargan de desmentir estas apreciaciones.

La espera se prolonga por treinta años, durante los cuales Marie mantiene su confianza inquebrantable en Dios. Por fin, en marzo de 1724, el Rey firma la aprobación oficial de la obra que Dios ha bendecido. La fe de la Fundadora y su firme esperanza, vencen las resistencias.


Un legado para la posteridad

Cuarenta y dos años de fidelidad a los principios y normas que la comunidad traza para sí misma y para cada hermana desde los orígenes, avalan de manera irrefutable, cada uno de los capítulos de los "Reglamentos para las Hermanas de Sainville". Marie Poussepin no improvisa una legislación para su comunidad: ella y sus hermanas la viven y después la ponen por escrito. La aprobación de estos Reglamentos por Monseñor de Mérinville, el 5 de marzo de 1738, señala el momento en que la Iglesia reconoce oficialmente a la comunidad.

Cuando comienza la expansión misionera fuera de Sainville, Marie Poussepin escribe las "Reglas Generales de conducta para las Hermanas de la Comunidad de Sainville en las parroquias donde se establezcan". Estas Reglas Generales, y los Reglamentos para las Hermanas de Sainville, son la síntesis de la intuición primera de Marie Poussepin: finalidad de la Congregación que ha fundado, rasgos que deben identificar a su comunidad, proyecto misionero. Reflejan la madurez de su alma, el equilibrio de su persona, su profunda espiritualidad y su hondo sentido humano, la acción de Dios y la docilidad de quien se ha puesto en sus manos. En este legado, generaciones de hermanas se inspiran desde 1696, para vivir en fidelidad según el Carisma de su Fundadora.


La primera comunidad dominicana femenina de vida apostólica

"No habiéndome reservado nada, no poseo nada" escribe Marie Poussepin en su último testamento. Dios la hace instrumento de la obra de la Providencia y ella acepta ser la servidora fiel y prudente de ese proyecto con la entrega incondicional de su vida y de sus posibilidades. Ahora, noventa años después de haber iniciado el camino de la vida, Marie vislumbra cercano el fin. En la profundidad de su fe, comprende que se acerca a la plenitud. Despojada, libre y serena, confía el gobierno de la comunidad a Agnès Revers y se entrega a la oración y al silencio. El Señor viene a buscarla en Sainville el 24 de enero de 1744, a la edad de 90 años, 3 meses y 10 días. A su muerte, Marie Poussepin deja sólidamente constituida la primera comunidad dominicana femenina de vida apostólica.


Tras las huellas de la fundadora

La vida de "la humilde, piadosa y caritativa Marie Poussepin", se prolonga en el tiempo y en el espacio, en cada hermana, en cada comunidad de Dominicas de la Presentación, a través de tres siglos de historia.

Europa, América, Asia y África son los cuatro continentes que, en la rica gama de culturas de 36 países, acogen hoy la Congregación. Las hermanas, fieles al espíritu de su Fundadora, conscientes de los grandes cambios sobrevenidos en la sociedad, y la variedad de los pueblos donde se insertan, viven al servicio de la caridad, en una diversidad de respuestas tan amplia como las necesidades del mundo. En escuelas, colegios, universidades como en talleres y centros de promoción y capacitación, las hermanas procuran la formación integral cristiana de niños, jóvenes y adultos, con preferencia por los más pobres; en pequeños dispensarios y centros de salud de la selva o la montaña, lo mismo que en grandes hospitales y clínicas de la ciudad, acogen la vida y la defienden, alivian el dolor, dan esperanza. Los ancianos, los niños sin hogar, los marginados sociales por la lepra, la drogadicción, la disminución psíquica saben de su entrega, de su cuidado por salvaguardar la dignidad humana que se esconde tras apariencias sin valor para el resto de la sociedad.

En las grandes zonas de marginación urbana y rural del tercer mundo, entre indígenas, negros y colonos, como en suburbios y pueblos de emigrantes del primer mundo, las hermanas defienden los derechos humanos de los más débiles y están a su lado para compartir su suerte y luchar para lograr unas condiciones de vida más dignas. En parroquias y campos de misión, a través de medios de comunicación, en organismos del Estado o de la Iglesia son gestoras y animadoras de programas de evangelización, se hacen mediadoras del mensaje cristiano en las situaciones de trabajo y en la vida ordinaria del hombre y la mujer de nuestro mundo.

Con esta diversidad de respuestas y en la unidad de un mismo espíritu, la Congregación fundada por Marie Poussepin, HERMANAS DE LA CARIDAD DOMINICAS DE LA PRESENTACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN, no se aparta de la única finalidad que ella quiso darle: el anuncio de Jesucristo por el servicio de caridad.

Esta fidelidad de tres siglos es prueba fehaciente de la santidad de su Fundadora: la Iglesia lo reconoce oficialmente el día 20 de noviembre de 1994, en el acto solemne de su beatificación por el Papa Juan Pablo II.